Autor: Redacción Poblanera
Doña Luisa García Cruz y la señora Blandina Huerta Tobón tienen mucho en común…
Ambas, mujeres viudas de Zacapala que vieron cómo sus familias se dividieron ante la posibilidad de la migración y que hoy, solo se conforman con saber que una parte de sus hijos están bien “del otro lado”.
Pero la lejanía no mata el amor de madre y cuando hablan de sus vástagos o de la soledad que representó su partida, los ojos se les llenan de lágrimas… Simplemente, no pueden evitarlo.
La señora Luisa tiene más de 11 años sin ver a tres de sus hijos. A sus nietos, los conoce por fotografía; pero recuerda como si hubiese sido ayer, los momentos en que cada uno de ellos (dos hombres y una mujer) le comunicaron su decisión.
Sus palabras no sólo reflejan nostalgia, también el temor que representa arriesgar la vida por cruzar la frontera sin documentos, bajo la única guianza de un “pollero”.
A los tres dijo lo mismo: “cuídate”, “no tomes nada que no sea tuyo, porque allá sí lo pagas con cárcel” y les dio la bendición, en la única manera que encontró para extender su protección de madre.
Años después su partida, sus dos hijos hombres regresaron a México. El mayor volvió por su esposa y emprendió el viaje a Estados Unidos sin complicaciones; pero el más joven tuvo que pagar el precio de cruzar como indocumentado y fue golpeado.
Fue entonces que Doña Luisa tomó una decisión y pidió que sus hijos no regresaran a México.
Ellos obedecieron; sin embargo, este “autoexilio” provocó que no estuvieran presentes cuando su padre murió y que en Doña Luisa naciera un deseo simple; pero imposible ante las circunstancias: estar una tarde de sábado, sentada a la mesa y rodeada por toda su familia (hijos, nueras, yernos y nietos).
La soledad
En el caso de doña Blandina, la soledad es más notoria. De sus 14 hijos vivos (10 más murieron), nueve decidieron dejar Zacapala y buscar fortuna en la Unión Americana.
Hoy, vive prácticamente sola con sus más de 90 años de edad y sólo acompañada por una de sus hijas, que padece un trastorno mental.
Sus cinco hijos en México, cuenta, la visitan conforme a sus posibilidades y hay quien le lleva comida; pero todo debe hacerse en su casa, porque su vejez ha mermado su visión y su capacidad para caminar.
Mientras tanto, comenta que sus hijas en Estados Unidos le envían dinero y uno de sus yernos, José, es quien suele pagar sus gastos médicos.
Sin embargo, la mujer dice sentirse en soledad y sus días transcurren entre los recuerdos de cómo crió a sus hijos a la par de su trabajo en el campo, junto a su difunto marido. También, los días pasan en el deseo de viajar a Estados Unidos; pero señala que mientras su hija enferma viva, no dejará su tierra.
Texto: Guillermo Castillo
Foto y video: Joel Merino
Edición de Video: Juan Carlos Sánchez Díaz
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